Vivimos en un mundo hiperconectado donde la conectividad corporativa afecta a su modelo de negocio, a los servicios que ofrece y a sus relaciones con clientes y competidores. El año pasado, un virus biológico y no informático ha sido la killer application para acelerar la transformación digital.
La pandemia ha sido un potente catalizador de la digitalización y ha puesto el foco en la conectividad, acentuando las diferencias entre las organizaciones que son capaces de ajustarse con rapidez a las nuevas exigencias y las que no.
Las redes hiperconectadas ofrecen a las empresas oportunidades para generar ventajas competitivas mediante plataformas que vinculan a compradores con vendedores, a proveedores con clientes finales o a estos usuarios entre sí. En este mundo, los activos físicos corporativos ya no son imprescindibles. La pandemia ha profundizado esta tendencia y cuestiona la necesidad de las instalaciones físicas propias. La infraestructura pierde relevancia frente al acceso a las aplicaciones y la conectividad. Tu trabajo está en cualquier sitio donde la red te lo permita. El activo físico inmobiliario pierde importancia; el virtual, la conectividad, lo gana. Esta crisis, desde un punto de vista empresarial, ha acelerado exponencialmente esta economía del acceso frente a la de la propiedad.
La nube (tanto pública como privada) puede hacernos trabajar de manera más inteligente, más rápida y barata, pero muchas empresas no son capaces de obtener todo el retorno de su inversión, porque la nube tiene un talón de Aquiles. Solo funciona tan bien como su eslabón más débil, que para la mayoría de las empresas es la red.
Una red poco flexible y mal optimizada puede echar por tierra el valor de negocio y deteriorar la experiencia de clientes y empleados. La red puede convertirse en un cuello de botella, provocando lentitud en la ejecución de las aplicaciones. Conectar una nueva red para lanzar un servicio puede llevar meses y comprometer la seguridad. Aumentos imprevistos de tráfico pueden provocar caídas: la experiencia de cliente se deteriora y hay impactos negativos en los resultados de negocio.
A medida que las corporaciones crean y acumulan datos (aumenta su masa), existe una mayor probabilidad de que servicios y aplicaciones sean atraídos por estos datos. Es el efecto conocido como data gravity, o la tendencia de los servicios a aproximarse a los datos, especialmente cuando estos crecen.
Las fuerzas que generan esa gravedad son claras: latencia y rendimiento. Cuanto más se aproximan las aplicaciones y servicios a los datos, menor es la latencia y mayor el rendimiento. La arquitectura de sistemas se rediseña para lograr la proximidad necesaria.
Los centros de datos de colocation facilitan la transferencia de datos entre aplicaciones y servicios. Son espacios donde las organizaciones consiguen esa distancia cero para compensar el efecto data gravity. En ellos se concentra una amplia oferta de conectividad, el acceso a nubes públicas y el peering entre plataformas y servicios. Los centros de datos especializados se convierten así en nodos de interconexión global.
Jaime García Cantero ha preparado un informe sobre cómo crear un nodo de interconexión corporativo y hacer frente al efecto data gravity que puedes leer aquí.